domingo, 2 de noviembre de 2008

Nuevo documento de texto.txt

El ordenador que utilizaba para registrar las incidencias que recogía por teléfono tenía capado el acceso a Internet. De hecho el ordenador no tenía casi ningún programa instalado, tan solo los que vienen por defecto con el sistema operativo. Una calculadora, un editor de texto, el programa de registrar incidencias y, lógicamente, ningún juego.

A menudo se sorprendía recolocando los pocos iconos que había sobre el escritorio con la mirada perdida. Los movió de un lado a otro de la pantalla y los volvió a mover. Y los hubiese vuelto a mover mientras se perdía y divagaba entre sus pensamientos si no fuera porque el teléfono sonó. Contestó con la misma fórmula de siempre: "Buenas tardes soy Alejandro García, ¿en qué puedo ayudarle? Él no se llamaba así, sus compañeros tampoco, pero todos se hacían llamar del mismo modo cuando respondían al teléfono. Su saludo pronunciado de modo afable pero no distendido no hizo disminuir el nivel de cólera de su interlocutor, que pronto seria transferido a otra área de atención y luego a otra área de atención y luego a otra área de atención donde cada área de atención seria siempre más especializada que la anterior.

Otra vez no había llamadas, restaba esperar a la siguiente. Otra vez esperando. Nunca creyó que fuera eso lo que la vida le tenía preparado para él. Esperar la mayor parte del tiempo, recibir llamadas, aguantar el resentimiento de gente a la que nunca conocería e intentar ayudarla, todo eso llevado a cabo en turnos de ocho horas partidos por una hora y media de descanso. Se había pasado su infancia escapando del mundo pero inexorablemente el mundo y su maldita mecánica le habían atrapado. El fuego del fracaso le corroyó el espíritu haciendo que sus pensamientos se sucedieran uno tras otro de manera frenética. Pensamientos acompañados de una diapositiva se proyectaban en su mente a toda velocidad. Imágenes de cosas que nunca había visto y de lugares en los que nunca había estado. Se encontraba a punto del colapso pero con las pocas fuerzas que le quedaban y que usaba para mantener la conciencia empezó a teclear. Cuando acabó de escribir le pareció que había estado años haciéndolo pero tan solo había escrito cuatro líneas. Se sintió profundamente cansado por lo que al guardar el texto en el escritorio no se molestó en bautizarlo debidamente. "Nuevo documento de texto.txt". Al fin llegó la hora de volver a casa.

La mecánica del mundo había creado los turnos. Otro Alejandro García sucedió al anterior y se acomodó en un asiento que aun estaba caliente. El ordenador que utilizaba para registrar las incidencias que recogía por teléfono tenía capado el acceso a Internet. De hecho el ordenador no tenía casi ningún programa instalado, tan solo los que vienen por defecto con el sistema operativo. Una calculadora, un editor de texto, el programa de registrar incidencias y, lógicamente, ningún juego. A menudo se sorprendía recolocando los pocos iconos que había sobre el escritorio con la mirada perdida hasta que reparó en uno llamado "Nuevo documento de texto.txt". Lo abrió, lo leyó y murió de muerte súbita. Su pobre corazón no aguantó haber leído aquellos enunciados que harían tambalear los cimientos del mundo conocido. La cabeza impactó contra el teclado activando la combinatoria de impresión. Cientos de hojas con el mismo mensaje salieron de la impresora que compartía toda la planta.
Una cayó al suelo. La señora de la limpieza que comenzaba también su turno la recogió y la leyó destrozando su moral y sus deseos reprimidos. Al poco, el director general fue asaltado por una mujer ataviada con una bata, zuecos y guantes de látex con un deseo desbocado. Más tarde otros trabajadores yacerían en el suelo haciendo el amor sin importar edades, sexo o distinciones sociales. Ese sentimiento salió más allá de los tornos de acceso de la empresa, extendiéndose como el fuego sobre un camino de pólvora.


Y así fue como el mundo cambió su mecánica un día laborable, desde dentro de la máquina, a partir de una pieza cansada.

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