martes, 12 de mayo de 2009

Psilocybe cubensis

El dermatólogo lo vio claro. Dermatitis seborreica.
Me habló de un hongo y de la falta de inmunidad de mi organismo. De poco sirvió su prescripción de tomar tres de esas pastillas azules 3 veces por día porque yo no me podía parar de rascar.
Al llegar a casa comencé por los hombros y me froté con las uñas tan fuerte que mi piel comenzó a caerse en forma de generosos copos.
La navidad llegaba en pleno mes de agosto a mi habitación. Cuando comencé a rascarme la cabeza, las latas vacías de la noche anterior que se amontonaban en el suelo, habían sido sepultadas por un manto grueso de piel descamada. El cabello tampoco fue lo suficiente fuerte como para adherirse más fuerte de lo que lo hizo ese hongo atroz que me estaba destruyendo.
De mi imberbe y encarnizada cabeza, brotaron los primeros goterones de sangre, que al llegar a mis tobillos humedecieron aquellos trozos de dermis transformándolos en pétalos de rosa.
Sin parar de frotar pronto llegué al cráneo, que sin ser lo bastante sólido, dejó escabullir los primeros borbotones de materia gris.
No tardé mucho en desintegrarme casi por completo, siendo mi boca lo último en abandonar su forma original.

El dolor contenido se transformó en un horrendo estertor que hizo que toda la rosácea hojarasca se escabullera por la ventana.
Viajé esparciéndome por el mundo, agradecido, sintiéndome por primera vez vivo.
Dejando de ser quién era ahora disfruté de tantas cosas a la vez que no importó pudrirme de aquél modo en la veraniega húmeda y caliente tierra.
La estación seca llegó transformándome en polvo. Luego en tierra e inevitablemente en barro.

Del barrizal se alimentó un hongo muy distinto del que me infectó: lo que aquella seta me dio ahora me lo ha quitado.

1 comentario:

Xelas dijo...

de esas he tomado hace unos meses...

Datos personales

Plantilla original blogspot modificada por plantillas blog